lunes, 30 de mayo de 2011

HOMENAJE A BAHAMONTES DE LOS AMIGOS DE LA BOINA



















En el Restaurante Currito, Pabellon de Vizcaya, de la Casa de Campo madrileña tuvo lugar el lunes 30 de Mayo un homenaje al compañero boinero Alejandro Federico Martin Bahamontes, El Aguila de Toledo, el mejor ciclista español de todos los tiempos. Los amigos de La Boina de Madrid contaron con la presencia de Anne Igartiburu que, igualmente, fue investida con la boina. Junto al presidente del Club, Alfredo Amestoy, asitieron tambien buen número de boineros entre los que se encontraban el exalcalde de Madrid José María Alvarez del Manzano, el profesor Enrique Aguinaga, Antonio D.Olano, Alfonso Arteseros, Luis Cepeda, Demetrio Serrano, Francisco Rivero, Celso Váquez Jr., Angel Manuel García, Rafael Jimenez , Federico de "Torres Bermejas", Manolito Royo y Juan Vives , entre otros .










Federico Martin Bahamontes

Decir 'Aguila de Toledo' es lo mismo que hablar de Federico Martín Bahamontes. Considerado por algunos como el mejor escalador puro de la historia, el toledano tenía también un carácter peculiar por culpa del que probablemente no acumuló un palmarés más rico.
Había nacido en una pequeña localidad de apenas 1.700 habitantes conocida por Val de Santo Domingo, en el año 1928. Su padre, que se llamaba Julián Martín, ejerció de peón caminero hasta que decidió por su cuenta y riesgo trasladarse a la ciudad de Toledo, en donde, decían las gentes, había dinero (!). Encontró trabajo en un cigarral, denominación común en aquellos contornos y que consiste en una extensa huerta cercada, con árboles frutales y casa amplia, que se situaba en las afueras de la ciudad. Era el sacrificio continuo de un padre por sus hijos.
A los diecisiete años, Bahamontes comenzó a trabajar como
carpintero sin mucha suerte. Dentro del deporte se aficionó por la práctica del fútbol y con chavales de su edad jugaba en un basto solar. No lo hacía mal, pero aún así sus compañeros de fatigas le empujaron a que se comprara una bicicleta de segunda mano y les acompañara en algunas excursiones ciclistas. Su padre accedió a realizar el dispendio económico de rigor. Le costó nada menos que 50 duros. La bicicleta, además, le fue de gran utilidad para trasladar fruta de un lado a otro, poderla vender y obtener algún dinerillo. También de madrugada ejercía dura labor en el mercado en el trasiego de cajas.
En Toledo, había una cuesta muy empinada que se hacía notar. Se la conocía como Cristo de la Luz. Allí desafió a sus amigos y allí se vislumbró su facilidad sobre los pedales. Sin embargo, en un reconocimiento médico como consecuencia de haber sufrido una tifoidea, un galeno le detectó una clara insuficiencia torácica que no le presagiaba un buen porvenir. Se cernía sobre él un oscuro horizonte que no lo fue.

Su aparición en el profesionalismo, la realiza en la Vuelta a Asturias, pagando de su bolsillo la inscripción y presentándose a la prueba con una camisa de vestir, un pantalón de fútbol y alpargatas. Las críticas le llegaban por su falta de espíritu de equipo y por su escaso sentido táctico, pues corría hasta agotar sus fuerzas.
Es bueno que se sepa que Bahamontes, al no contar con medios económicos suficientes -sólo 100 pesetas-, se trasladó en bicicleta a las tierras del norte, recorriendo 700 kilómetros en tres días para poder participar en aquella competición. Lo hizo con otros animosos compañeros. Un hecho inaudito. El ciclismo de aquel entonces era una actividad poco considerada y los ciclistas un tanto modestos se veían obligados a hacer esa clase de locuras. Viajaban montados en su bicicleta y luego competían.

BAHAMONTES_TOUR DE 1959
El genio de Federico Martín Bahamontes dividió la España de finales de los años cincuenta. Con él o en su contra. Había que entenderle. Era un ciclista retador. Gallo a veces, taimado otras. Extravagante. Antes de nacer ya pedaleaba. Su madre, ya embarazada, andaba con la bici cuesta arriba por las calles de Toledo. El crío creció en el cigarral donde los republicanos clavaron sus morteros para bombardear el Alcázar. Comió del hambre. Y se ganó la vida sobre un triciclo: chico de reparto. O con sacos de patatas al hombro. Con pañuelo de cuatro puntas. La Castilla del estraperlo, de la penuria.
En 1957, Bahamontes era ya una leyenda. Aún se hablaba de su helado en la cima de la Romeyére. Subió el primero y allí, lamiendo un polo, esperó al resto. No por arrogancia, que le sobraba, sino por no bajar solo. El de ese año fue un Tour de Guerra Civil. En la Vuelta a España, Loroño, un hombre , había llegado a las manos con el toledano. España
dividida. El vizcaíno acabó quinto en París y el castellano se retiró. «Fede ya no puede más». Se echó en la cuneta. En posición fetal. Goddet, patrón del Tour y su fiel admirador, se le acercó: «Sigue Federico». Respuesta: «No». Insistió: «Hazlo por su madre». «No». De nuevo: «Por Fermina». «No». «Por España». «No». «Hazlo por Franco». «No». Le dolía un codo, agujereado por una inyección de calcio mal puesta. «Eso duele, pero no es para abandonar», criticaron en la selección española. Al día siguiente, Bahamontes, maleta en una mano y bicicleta en la otra, tiró para Toledo en el tren. España le silbó.
Hasta que llegó el Tour de 1959. El suyo. El primero de un español. Galdeano, uno de sus gregarios, le recuerda así en el magnífico libro 'Locos por el Tour': «Bahamontes es un tío que como se escape alguien al que le tiene manía, le salta, se va por los llanos a por él. Gana la montaña y se crece. Y luego pierde media hora en el llano, y echa la culpa a los domésticos, a los del equipo». Un genio alocado.
Dalmacio Langarica, el encargado de hacer la selección española, estaba íntimamente convencido de que Bahamontes se hallaba capacitado para ganar el Tour si se dejaba dirigir. Por eso aceptó la primera condición del toledano: "Si voy yo, no va Loroño".
Francia tenía sus propia guerra ciclista: Bobet, Geminiani, Riviere y Anquetil se miraban de reojo. Langarica supo aprovecharlo. Había dejado a Loroño en casa, lo que le costó mil problemas en Bilbao. Se jugó el cuello por elegir como líder único a Bahamontes. Al loco.
En la contrarreloj de Nantes, el 'lechuga' -así le llamaban- se vistió de zorro: se dejó cazar por la figura de seda de Anquetil y se colocó a rueda. Así sólo perdió dos minutos. Sus rivales le esperaban en los Alpes. Se equivocaron. Fue en los 219 kilómetros entre Albi y Aurillac, en el horno del Midi. Aceleró de salida y tumbó por más de 20 minutos a Gaul y Bobet. Luego ganó la cronoescalada al volcán, al Puy de Dome. Y dio la puntilla en La Romeyere, el puerto del helado, en compañía de Gaul. Tenía que ser allí. «Federico ya no es un loco», dijo de sí mismo. Un genio.

EL HELADO DE BAHAMONTES
Tour de Francia de 1954, en las estribaciones del primer puerto de la jornada, La Romeyre, Bahamontes va acompañado de 3 ciclistas, 2 franceses(el bretón Jean Mallejac que fue segundo en un Tour y Jean Le Guilly) y un suizo, Fritz Schaer, que fue finalmente segundo en la etapa tras Lucien Lazarides. En los primeros kilómetros de la subida, el coche de la selección suiza llega hacia su ciclista para decirle que no releve, y en ese momento saltan unas piedrecitas de la calzada que van a parar a la rueda de Bahamontes rompíendole varios radios de una de sus ruedas. Para que no le rozase, Fede destensó el freno de esa rueda para poder seguir hasta la cima, y les dió los dos habituales hachazos con los que reventaba a sus rivales, uno para probar como van las fuerzas y el otro el definitivo, para marcharse en solitario. Y por supuesto se fue solo. Y coronó tranquilamente con un par de minutos de ventaja. Pero así no se podía bajar, y le tocó esperar en la cima. Y a Bahamontes, clown, extraño y suyo, muy suyo, no se le ocurrió otra cosa que pasar el rato comiéndose un helado, en un puesto cercano. Se acercó al vendedor y, sin hablar siquiera ya que no sabía nada en absoluto de francés, con 2 dedos se lo señaló: "deux boules" murmuró el comerciante, y le preparó un cucurucho con 2 bolas de helado de vainilla, que se tomó Federico Martín Bahamontes en la cima de la Romeyre, esperando a que el jeep que había provisto la organización para Julián Berrendero y la selección española llegase. Y así estaba él, lamiendo su helado en medio del Tour de Francia.Y la prensa se ensañó, fotos por doquier... daba la impresión de que se tomase la carrera a cachondeo, así ilustraban los tabloides sus ediciones como una anécdota divertida de la carrera.

BAHAMONTES Y EL TOURMALET
A Alphonse Steines, un colaborador de Henri Desgrange, el inventor del Tour, se debe el descubrimiento del Tourmalet como cumbre ciclista, por allá el invierno de 1910, unos meses antes de que Octave Lapize lo franqueara por primera ocasión en la historia. A Federico Martín Bahamontes se debe el honor de no haberse acobardado nunca con la dureza y la magia del Tourmalet. Todavía hoy El Aguila de Toledo mantiene su particular récord en la ronda francesa. En cuatro ocasiones atravesó la legendaria cima en primera posición.
Anne Igartiburu y Bahamontes

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